Oratoria leída el 1° de mayo en la concentración anarquista

Cuando Luis Lingg, uno de los sentenciados a la horca por el Estado yanqui, decidió que no se dejaría matar por el Estado, detonó un explosivo que le dieron sus compañeros y con su propia sangre escribió “Viva la anarquía”…
Porque a las personas y a los pueblos rebeldes se los derrota, pero nunca se los doblega del todo, ellos dejan su seña como un desafío para que las demás continúen las luchas.
Esta plaza es muestra de eso, empecinadas, la limpiamos una y otra vez, la arreglamos, le ponemos luz, sabiendo que recibirá lo peor del sistema: indiferencia, mugre y desprecio. Y empecinadas continuamos nuestra tarea, porque no se trata de un momento, sino de seguir dejando la seña de que siempre se puede.
No vinimos a este mundo a pasearnos con indiferencia, no vinimos a este mundo a buscar excusas acerca de porqué la gente está tirada en las calles, con hambre o sola. Vinimos a cambiarlo, a poner todas nuestras fuerzas para que cambie, cambiar nosotras, cambiar al mundo. Lingg nos hablaba a todas nosotras y nosotras le hablaremos a las nuevas generaciones, acá no se rinde nadie.
Mientras estemos habrá un proyecto de autoorganización que no desprecie a la gente, mientras estemos habrá un proyecto de libertad como construcción común,
un proyecto irreductible, de solidaridad y apoyo mutuo.
Mientras estemos habrá un proyecto de intentar ser mejores, que no trate a la naturaleza como mercancía, que no trate a las demás como mercancía.
Somos una construcción de todo eso, anticapitalista, antipatriarcal, ecológica, de una ciudad autoorganizada contra la devastación, buscando insurrecciones que instituyan lo nuevo, la confianza, el mutuo apoyo, la libertad…
Y para eso nos preparamos, desafiamos el presente, creamos las señas del mañana. ¡Sin rendirnos, sin dar un paso atrás!